La palabra en sí ya aporta bastante angustia. Normalmente asociamos soledad con tristeza o ausencia de cariño; por eso nos asusta tanto.
La soledad impuesta ya puede ser un recorrido confuso y afligido. Pero la soledad autoimpuesta puede conducir a algo muy interesante.
El viajar solo te obliga a auto regañarte, auto contentarte, auto flagelarse, auto consolarse, auto animarse; es decir, tener el manejo total y absoluto de tus estados de ánimo, y claro que es un camino difícil como su putamadre, pero ese conocimiento adquirido equivale a 5 libros de superación, 3 sesiones con el analista y un buen sermón de tu mejor amigo finalizando en borrachera.
No fue algo que planeé, simplemente las cosas se dieron así.
Durante mi viaje en Asia tuve la oportunidad de conocer muchas chicas que viajaban solas, alardeando sobre los beneficios y rentabilidad espiritual que estas circunstancias atraían.
No me malinterpreten, el viajar con alguien más – si se sabe elegir bien-, puede ser una experiencia muy divertida, tal como fue mi caso, digno de protagonismo de otro artículo por no decir libro.
Pero después de Asia me encontraba en un dilema. Tenía ante mí la oportunidad de continuar mi viaje bajo esas condiciones tan recomendadas y tentadoras o esperar a que se presentara nuevamente la oportunidad de viajar con mi mejor amiga o algún candidato potencial para continuar la aventura.
Y pues, digamos que esperar nunca ha sido lo mío, era ahora o nunca; y es que las cosas chula, tenemos que hacer que sucedan.
A veces reclamamos el milagro con la boca llena, sin atrevernos a pararnos de la silla para ir a buscarlo; y lo que nos queda, mientras todo se difumina, es ese absurdo miedo.
Así es que opté por seguir mi viaje sola.
Ha habido momentos difíciles definitivamente, pero en ningún momento me he arrepentido.
Y claro que “sola” es un decir. Tu sentido de supervivencia te empuja abrirte y confiar en la gente, y por ende, a conocer personas, muchas de las cuales se convierten en buenos amigos.
Al final, tu felicidad es inversamente proporcional a la abertura y paciencia que te tengas, y lo más importante, aceptarte por más duro que sea.
La paradoja es que, aprendiendo a estar solos es cuando realmente aprendemos a estar con alguien, sin necesidad de poseerlo. Tu cariño no se ampara en reconocimiento o chantaje porque tu independencia emocional te permite valorar a la persona por que realmente es y no por las carencias que sea capaz de sustituir.
¿No te da miedo viajar sola?
El miedo nunca se pierde, y quien diga que sí, miente, y lo sabe. ¿Qué gracia tendría la vida si no tuviéramos nada que perder?
Pero una vez jugándotela no hay espacio para remordimientos. Los horarios son escasos, la existencia simpática y desafiante, la comodidad natural, la complicidad verdadera, y el respeto a la memoria y los orígenes constante.
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